El próximo mes de marzo se cumplen 30 años del estreno de Rebeldes, la maravillosa adaptación cinematográfica que realizara Coppola basada en la novela de S.E. Hinton. No hace mucho que leí este libro, en un momento tristemente crucial en mi vida, y que hizo que la historia de Ponyboy y sus hermanos realmente me llegara.
Es curioso cuando un libro te recuerda a las circunstancias vividas mientras lo leías: aquel viaje, aquel final de curso, aquel primer trabajo... Para mí Rebeldes siempre tendrá un sabor agridulce, pero ahí está como parte de mi vida y en el fondo siempre es bonito poder recordar.
El caso es que el 30 aniversario de la película era solo una excusa para hablar de un libro que yo leí cuando tenía 30 años, y que a pesar de tratar sobre adolescentes y de estar escrito por una adolescente (S. E. Hinton tenía tan solo 17 años cuando se publicó en los 60), me hizo involucrarme con una historia a la que le sienta muy bien el paso de los años.
No es mi intención contaros el argumento, ni tampoco hacer una reseña, porque sé que casi todos lo habréis leído ya, y los que no lo hayáis hecho os merecéis partir de cero y comenzarlo a ciegas:
En cuanto salí a la brillante luz del sol desde la oscuridad del cine tenía solo dos cosas en la cabeza: Paul Newman y volver a casa.
De verdad, si sois de los que tenéis prejuicios con la etiqueta "Juvenil" (o como está ahora de moda decir: "Young Adult", absurdo anglicismo totalmente innecesario) os recomiendo que os liberéis de tal opresión y descubráis con ojos de adultos este tipo de obras que, al fin y al cabo, hablan de sentimientos universales.
Además, también es bonito, de vez en cuando, recordar aquella absurda etapa de nuestras vidas en la que éramos tan jóvenes.
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